El nombre proviene del griego aithḗr, “éter” o “cielo puro”. En la física clásica, el éter fue concebido como el medio invisible que permitía a la luz propagarse a través del vacío. Aunque la ciencia moderna descartó su existencia, el concepto sobrevivió como metáfora de aquello que conecta lo tangible con lo intangible: el espacio intermedio donde la materia se disuelve y solo queda la vibración. El modelo Aether traduce esa idea en una forma que parece suspendida. Su estructura se organiza en torno a un centro vacío, como si ese hueco fuese el verdadero origen de la luz. Las líneas que lo rodean se expanden en un movimiento continuo, creando la sensación de un campo invisible que sostiene la materia desde dentro. En su equilibrio entre densidad y vacío, Aether representa la búsqueda de algo esencial: capturar el instante en que la energía se vuelve forma.